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viernes, 29 de enero de 2016

Artículo de Andrés Cárdenas, presidente de Honor de BAILÉN INFORMATIVO

De piojos, sarpullidos y políticos corruptos

BLOG - Andrés Cárdenas - Andrés Cárdenas Jueves, 28 de Enero de 2016 
Todas las historias que oí cuando era un niño lo hice mientras mi madre me despiojaba. Para realizar esa entrañable labor de matar los piojos que vivían en mi cabeza ella necesitaba que me estuviera quieto, por eso me contaba sucedidos extraordinarios de princesas encantadas y de animales parlantes que me dejaban embobado y tan inmóvil como una estatua.  En esos instantes no había para mí otra cosa que aquel mundo invisible y fantástico del que me estaba hablando mi madre. La vida y los cuentos se entremezclaban en mi mente de una forma tan indisoluble como intensa. Había un líquido en las droguerías que se llamaba zeta-zeta que terminaba con los piojos de manera química, pero era un líquido blanco y pastoso de dudosa eficacia que dejaba un impúdico olor sobre nuestras cabezas y que delataba nuestra condición de piojosos. La lógica era aplastante: si olías a zeta-zeta es que tenías piojos. Por  eso mi madre prefería la caza directa de los parásitos, la búsqueda en su estado natural para después masacrarlos entre las uñas de los dedos gordos. Los piojos estaban en todas partes y chupaban la sangre de la persona en la que estaban instalados. Por eso había que aniquilarlos. Además, los piojos eran un signo de suciedad y abandono corporal, por eso estaban mal vistos. 
 
Es curioso pero al cabo de los años, si alguien habla de piojos delante de mí, enseguida me pica la cabeza. Me entran unas ganas enormes de rascarme el cuero cabelludo. No sé si es un acto reflejo o por ese poder de sugestión que acarrean los recuerdos infantiles. O por el poder evocador de los sentidos. El otro día, sin ir más lejos, me pasó cuando Celia Villalobos, esa diputada que está en el Congreso desde que el Mar Muerto sólo estaba enfermo, dijo a un joven diputado con rastas que le daba igual que las llevara, “pero que las lleve limpias para no pegarme los piojos”. Nada más decirlo por televisión a mí me picó la cabeza. Pero en esta ocasión fue curioso lo que pasó. Ese picor se  reflejó luego en los genitales. En realidad no sabía si era por esa sugestión infantil de la que hablaba antes o porque me sudaba los huevos la política tan calamitosa que se había instalado en el Congreso. El caso es que desde entonces la cosa ha ido a más. Ahora me está tratando un terapeuta  porque cada vez que veo a un político inepto o a un cargo público corrupto, me entran picores por todo el cuerpo. Ayer mismo me salió un sarpullido por mi anatomía serrana cuando escuché que en Valencia habían detenido a veintitantos políticos mangones. ¿Es grave, doctor? 
 



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