Buenos días, pacientes. El
viernes pasado prometíamos, cuando menos, que en este comentario, último del
año, procuraríamos un resumen del ejercicio que se marcha, hacer un balance
colectivo que no atendiera a cánones establecidos al uso, pues no manejamos sobre
el papel estadísticas algunas. Por ardua, y menos aún para exprimirla en apenas
dos minutos, la tarea la desechamos de
inicio. En un somero esfuerzo recordamos que sometimos a los políticos a dos
plebiscitos, que unos superaron mejor que otros, a pesar de las bajas notas que
les concedíamos, en cuanto al fútbol, más de lo mismo con el abrumador poderío
del Barça y de nuestras selecciones. En el resto de deportes, en este país,
apenas ha existido crisis, pues seguimos cosechando importantes victorias, Copa
Davies incluida. Independientemente de cómo nos haya ido en lo privado y en lo
familiar, pues cada familia es un microcosmos complicado de diagnosticar, a lo
que no pudimos sustraernos es a esquivar la idea de que el 2011, en aspectos
económicos, políticos y estructurales, ha sido todavía peor que el anterior, y,
lo negativo, es que para el 2012 no solo se esperan recortes económicos,
aumentos de impuestos, petición de esfuerzos extraordinarios a los ciudadanos,
probablemente tijeretazos sociales, merma de los universales servicios
sociales, reducción de sueldos y caída de parte de nuestro asentado estado de
bienestar, y todo esto aderezado de comprensión y buenas maneras, nada de
indignaciones soberanas que pudieran crear alarmas y desconfianzas. Es decir,
bájate los pantalones, súbete el jersey y además ponme buena cara. Es por eso
que lo primero que pensé cuando comencé a escribir esta reflexión era: ¿será
conveniente y adecuado que les felicite o no la entrada del nuevo año?
Definitivamente lo dejaré para otro momento.
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