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domingo, 28 de marzo de 2010

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE GUARROMÁN a cargo de Manolo Ozáez

PREGÓN SEMANA SANTA DE GUARROMÁN 2.010

Por NICOLÁS MANUEL OZÁEZ GUTIÉRREZ (Asesor Laboral y Fiscal. Secretario de la Asociación Histórico Cultural General Reding y de la Asociación Cultural Caecilia. Escritor. Director de la revista BAILÉN INFORMATIVO. Colaborador de COPE JAÉN y de diversos medios de comunicación).

Como es de rigor, comenzaré con un Ilustrísimo Señor Alcalde de la Nueva y eterna Población de Guarromán, Ilustrísimas autoridades civiles y eclesiásticas, amabilísima concejala de Cultura, excelso Cronista de Guarromán y presidente del Seminario de Historia y Cultura Tradicional “Margarita Folmerín”, Hermanas, Hermanos Mayores y Camareras de las distintas Hermandades y Cofradías de Guarromán, señor Presidente y miembros de la Peña Flamenca “Fuentecilla”, componentes de la banda de música, madre, amigos y vecinos de Guarromán.


Quiero iniciar esta singladura, especial para mí por la intensa carga emocional que conlleva con una sola palabra: GRACIAS. Hace apenas un mes no podía imaginarme el alto honor que se me iba a dispensar al elegirme como Pregonero de la Semana Santa de Guarromán, ciudad que he de confesar llevo en el corazón desde hace más de veinte años, por amistad y por profesión, vinculándome a sus vecinos, más si cabe, tras la concesión en el año 2008 del título de Colono de Honor, precisamente en un año mágico pues se conmemoró en mi ciudad, el Bicentenario de la Batalla de Bailén, en el que participé activamente desde la perspectiva cultural.


Dicho esto me vais a permitir una licencia literaria:

“Corría el día dieciséis del mes de julio de 1.808, la villa de Guarromán se hallaba ocupada por los Coraceros franceses. En el ambiente se adivinaba tensión, pues los gabachos, sin permiso real ni de la alcaldía, se alojaron en nuestras casas, los oficiales y generales en el Palacio del Intendente; comieron nuestras viandas, bebieron nuestro vino y, en ocasiones, forzaron a doncellas de aquestos lugares. En el camino real tomaron para sí el pósito de labradores y en él apilaron, no solo grano y víveres, sino también pólvora y munición, estando de continuo vigilado por una guarnición imperial. Pedro Prados Conejero, de la Hermandad de “los blancos” el día de antes había propuesto que se procesionara por las calles de la villa a la Virgen del Carmen, pues la sequía diezmaba nuestros campos y hora era de rogar por el agua bendita. Prosiguió que bien estaba que tomaran los usurpadores nuestra hacienda, nuestros frutos, nuestro ganado, pero nunca nuestras costumbres y creencias. Antonio García Nicar, “morao” como el que más, había apoyado la moción y, en un alarde de arrojo añadió que se entonaran canciones de temática religiosa, que tanto encrespaban a los gabachos, pues era de todos conocido su anticlericalismo. José López Gómez ofreciose para interpretar una saeta, un campanillero o una seguiriya, que aunque no estemos en abril y con Cristo ya resucitado, la situación obliga a cantar lamentos y quejíos. Lorenzo Moreno Ruiz, cofrade de Santa Ana, dice que la provocación al francés podría traer fatales consecuencias para la villa, por lo que, si bien está conforme en salir con la imagen a la calle, procúrese hacer menos trágica la estación y soltarse los amigos de la “Fuentecilla” con menos martinetes y corríos y más temporeras y peteneras, sin pretender que sean fandangos ni tientos, Dios le libre, amén de pedirle, dijo, permiso a doña María del Carmen Martínez, custodia de la imagen.

A la puesta del sol, cuando la luz del cielo es escasa y comienzan a encenderse las velas de las casas y de la calle, abre las puertas de la Parroquia de la Inmaculada Concepción la guardesa Luciana Condes Muñoz, bajo la siempre atenta mirada del erudito Suárez Gallego, y con el sonido rítmico y acompasado de los rezos del rosario, aparece la imagen de la Virgen del Carmen, que vino a cruzarse en comitiva con la que traía herido de muerte al general de los coraceros franceses Jacobo Gobert; con la frente vendada y un reguero de sangre, también de muerte, por la camisa. Los imperiales, que huían del sitio del río Guadalquivir en Mengíbar, rotos, en silencio, cariacontecidos, lamentaban la suerte de su jefe y de muchos compañeros de armas, pero algunos guarromanense, patriotas apasionados, vinieron a proferir en gritos contra el abatido destacamento, distinguiéndose por su fragor la voz prominente de ¡Viva la Virgen del Carmen!, surgida de la garganta de Francisco Villar Corral, hermano de “La Borriquilla”, o la más exaltada de ¡Muerte a los gabachos! de la “negra” hermana del Santo Entierro, Enriqueta Gómez Avi. Un nutrido número de fieles, formado por familias de todas las clases sociales: los Morís, los Moreno, los Llopis Rojano, los Alcaide Noguera, los Moreno Blázquez, los Jiménez Parra, y así hasta completar dos centenares, acompañaban a la Virgen, todos con un mismo corazón, como pedía la iluminada penitente Isabel Santamaría.

Entre murmullos y rogativas, entre plegarias y jaculatorias, se alzaban las voces inquietas, las protestas, la reivindicación contra los galos de que mudaran sus aposentos, de que abandonaran su guerra, en definitiva, de que huyeran de Guarromán, y de toda España, pues no le íbamos a dar tregua, como entonaba el agricultor Benjamín Moreno. Fue entonces cuando varios capitanes de coraceros ordenaron arremeter contra el gentío, convirtiendo la estación de penitencia en una suerte de escaramuzas por toda la villa, tumultos, griterío; temiendo los feligreses por la suerte de la imaginería. El propio párroco, don José Manuel Guerrero, conocedor de que entre el gentío había más de un bandolero, hubo de interceder ante los soldados para evitar ejecuciones sumarísimas que hubieran enturbiado más aún el enrarecido ambiente y las relaciones entre los invasores y los invadidos. “.

Tras este relato, que incluyo como una licencia que a mí mismo me permito, como si de un descanso protocolario se tratara, y con el cual procuro el alimento necesario para mi espíritu inquieto, ruego continuemos con el pregón, si os parece.

La duda que albergaba este humilde pregonero, no era ya cómo superar, sino como igualar la versada oratoria del investigador, cronista y académico Don Enrique Gómez Martínez, pregonero del año 2006; o expresar gráficamente, cual imagen en la retina, la altura de conocimientos artísticos de don Francisco Javier Ruiz Abel, escultor, pintor, licenciado en Bellas Artes. Resultaba una temeridad por mi parte. Para colmo de desventuras, me topo con el pregón de la doctora Adela Tarifa Fernández, académica de las Reales de la Historia de Córdoba y de Málaga, trabajo de una profundidad histórica tal que sentí, lo confieso, vértigo intelectual y una sana envidia por cuanto no se trata de un simple pregón al uso, sino una tesis de vuestra Semana Santa, perfectamente publicable en papel cuché y con profusión de citas y detalles a tener en cuenta. O el trabajo del pregonero del año 2007, don Juan Mengíbar Sevilla, investigador de temas marianos y de la Pasión en toda su extensión, que a buen seguro os deleitó con una narrativa poética de temas religiosos de los mejores vates de nuestra literatura, sin olvidarme del apasionado pregón de Santiago Villar Corral.

Era una temeridad, pero también una presunción por mi parte, batirme en los ruedos literarios con doctores, investigadores, artistas y filólogos, como el mismo don Alfonso Jesús Rizo Rodríguez, que pregonó la Semana Santa del 2.003. Cedí. Renuncié a elevar mi voz por encima de sus figuras, abdiqué de una suerte de locura pasajera que me llevara al cielo de la mística y la retórica. Desistí.

¡Sí, desistí!

Ojeaba el periódico JAÉN del día 12 de marzo cuando me topé de bruces con una cita de Espido Freire en el Ciclo Letras Capitales de la Biblioteca de Jaén, que decía: “La única forma de escribir bien supone desprenderse de la emoción. Nuestra emoción no importa, importa la de la persona que nos vaya a leer”. Leí la cita una y otra vez. Por delante, por detrás, de arriba hacia abajo, de derecha a izquierda. De todas las formas posibles, y llegué a la conclusión que mi pregón, de hacerlo, debería ser distinto: literario, directo, entendible, emotivo. Y me sugerí, frente a lo que defendía Espido Freire que “la única forma de escribir bien supone no desprenderse de las emociones. Que nuestra emoción sí importa, como la de aquellas personas que nos van a escuchar”. Y en ese momento comencé a ver la luz del Pregón de la Semana Santa de Guarromán del 2.010. Rebusqué entre algunas de las Antologías poéticas en las que he colaborado y encontré un poema de mi libro “Monografía de la Discordia” imaginado en los albores de la década de los 80, por título “UNOS OJOS DE CRISTAL ME MIRAN”, y que ahora me permito leeros, pues fue revelador en aquel instante:


“Unos ojos de cristal me miran
y… yo los miro a ellos.
Unos ojos que son estelas
arrancadas al mar de juguete
de una postal.

Ojos que ven y que sienten lo que les rodea;
ojos que comienzan a soñar;
ojos que besan el sol de cada día
con la ayuda de un suave viento nómada.

¿Miran al infinito?
¿Qué buscarán?:
miles de preguntas tengo en mi mente.
Una es clara, otra oscura, otra es azul.
Y una música que me susurra a los oídos
canciones y palabras para enamorar a una hada
con ojos de cristal.”


De ahí, de las emociones, debía nacer mi pregón, o tal vez mejor decir relato. De las vivencias, de los sabores, de los olores, de las sensaciones que la Semana que llamamos Santa, la de Pasión nos deja año tras año: el recuerdo de toda una vida.

Evocaba en mi mente a un niño de tres años asomado a las cuatro de la mañana por el hueco de la ventana de su casa, en la calle Merced Alta, esperando el paso sereno y acompasado de Nuestro Padre Jesús Nazareno, “El Abuelo”, al que le confieso devoción más allá de lo inimaginable. Mi padre sosteniendo el menudo cuerpo de su tercer hijo, aún somnoliento, y recibiendo, bautismal, una tras otra, las contenidas lágrimas saladas surgidas de su rostro y que mi nuca embalsaba. Los ahogados gritos de los penitentes en procesión desde la Iglesia de la Merced, cantón de Jesús, Plaza de Santa María, calle Maestra, hasta embocar misteriosamente en la calle Doctor Fleming de Guarromán, continuando por Jaén, Alcocer, La Paz, Linares y el Encuentro con María en la avenida de Andalucía entre vivas y llantos, sobre los hombros de los costaleros. Estos, con sus cuerpos doloridos y en algunos casos amoratados, bendecían el calvario del esfuerzo, pues durante un año habían ansiado besar el rostro despejado de su Jesucristo. Amenazaba lluvias el cielo, por lo que hubo que guarecerse del rigor del tiempo en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de nuestra villa.

Fantaseaba proyectando el momento de la salida del Santísimo Cristo Yacente y Nuestra Señora de los Dolores desde la Iglesia de San Juan, en la ciudad del Santo Reino, cruzando campos de olivos, los frondosos huertos familiares, atravesando el caudaloso Río Guadalquivir en el término de Mengíbar, pues este año había sido excesivamente generoso con el agua caída del cielo. A mitad del camino, parada y fonda en la Ermita de la Virgen de los Dolores, en la ciudad de Bailén. Repuestos los ánimos continuar trayecto hasta la vecina Guarromán, donde alcanzaba la calle Iglesia, girando hacia calle Linares, calle Jaén, el Grupo Escolar, Jardines, Mercado, Nueva y Cervantes, viniendo a encerrarse en nuestra antigua iglesia del siglo XVIII, junto al edificio del Ayuntamiento.

Y en este punto del pregón, como hicieran en mis sueños los pasos procesionales de penitencia en su viaje imaginario, haremos un alto en el camino con parada y fonda y os leeré un poema que dediqué a la Virgen de la Soledad, contenido en la Antología “Exaltación a la Virgen María”, publicado en el año 2.000, y titulado


“LA MANO AL CORAZÓN”:

“Pongo la mano en mi corazón:
se llena de las emociones aprendidas.
De niño recuerdos; de joven misterios;
de adulto los sueños y una historia.

Susurrar ni tan siquiera, la gloria esquiva.
Volar, lo que es volar, nunca vuela.
Ignoró la mar, dolor en cada esquina
de su vida. No vio el mar.

Pero… -¡siempre un pero!- conoció las sonrisas.
Jugó joven y, demasiado joven,
oteó las altas cimas de las almas, heridas.
Pobló de cicatrices su cuerpo, bello,
y acaso el silencio del olvido.

Mil nombres le oyeron, a la luz y la luna:
cien rostros de madera, hierro, aceituna.
Morena, pálida, oscura, radiante, terruna;
triste, alegre, pensativa, lágrimas por las mejillas.

¿Conocimos realmente el dolor de sus entrañas?,
¿su sentimiento de madre frente a un hijo
cautivo de la muerte, de la cruz?”.


Era un día de fiesta en mi pueblo, probablemente en todos los pueblos de España, pues Jesús, a lomos de una borriquilla entraba sereno, con rostro distante pero a la vez alegre, en la villa y en nuestros corazones. Salimos a recibirle vestidos de hebreos, como en la época, trasladados de un tiempo pasado a este momento, batiendo palmas y ramas de olivo que depositábamos a sus inmaculados pies. Los más informados sabíamos que venía como Salvador, como rey de reyes, aunque un rey que gobernaba en las cosas sencillas y humildes, porque sencillo era hablar de AMOR, o de IGUALDAD, o decir que “TODOS ÉRAMOS HERMANOS”; susurrarnos al oído palabras entonces revolucionarias como PAZ, o como LIBERTAD, y hoy consagradas al acerbo de los justos. Todos corríamos a contemplar su rostro infinito movido al compás simétrico de la música de la banda de cornetas y tambores de Guarromán. Entraba triunfante por la calle Iglesia, a lomos de una burra prestada. Atravesaba en mis sueños una ciudad que yo imaginaba en mi delirio y que se llamaba o podría llamarse Guarusalén, mitad de aquí, mitad de allí; mitad de ahora, mitad de siempre.

Como en un regate celestial, aparecía de nuevo por calle Nueva, Cervantes, carretera, y, apenas a un metro de mi aliento, giraba su cuerpo para ofrecerme contemplar su hermoso equilibrio, sus ojos que se tornarían en lamento.

Con su gloriosa entrada en el templo, superado ya el adviento, se iniciaba una semana que los cristianos sabíamos intensa. De la alegría que acompañaba la llegada de Jesús de Nazaret a Guarromán pasaríamos al desconsuelo de su prendimiento, a la amargura de su terrible Pasión en aquesta lejana Jerusalén. La melancolía de su Muerte y su posterior Resurrección.

Otros, caso de mi amigo Perea, estimaban que la liturgia comenzó en Cuaresma, pues durante 40 días nos preparábamos en penitencia para reforzar nuestra fe. Cada cual, pensé yo, portaba su cruz desde distintas fechas del calendario cristiano y por diversos motivos inconfesables a nuestro somero entendimiento.


En ese preciso instante en que nuestro pensamiento, nuestros recuerdos y el sentimiento colectivo giraba en torno al Hijo de Dios, como premonición, me acordé de un poema que dediqué a un Jesús entre sabio y humano en 1.997, en la colección de libros Federico Mayor Zaragoza, titulado

“UN JESÚS DE METRO ESCASO” que os leo:

“A través de los ojos de mi hijo contemplo el rigor del invierno, el estío del verano, la ingravidez del silencio desde el lamento del atardecer.

Sus ojos marean y a la vez pleamar, quizás un tanto de resaca marina.

Y encandilado con las laderas de los picos de su barbilla escalar a su pensamiento y sus ideas cuando con ojos de ratón me mira y no me dice nada ¡el tuno!

Ahí empieza mi amor a Jesús. En ese instante. Ahora mismo. Ya.

Siempre creí en Jesús por sus actos. Por la expresión quieta de tantas uniformes y a la vez caóticas esencias. Por la sonrisa de un niño de cuatro años apenas cumplidos.
Por la forma en que ocupan nuestros corazones y les entregamos nuestras vidas: ¡como si tuviéramos bastante con aguantar la rabia pecadora!

Pudimos perdonarlo y perdonarnos, consentir su compañía y enseñanzas: evidentemente nuestro mundo sería otro mundo, quizás anatómico y conformista, sublime y paradisíaco, quizás cuadrado, quizás un cono enfilado hacia el universo y sus otros mundos diametrales.

Prefiero soñar/pensar una nueva venida a mostrarnos las soluciones a los enigmas presentes y futuros; a permitir el amor que tanto rehuimos;
a hacer un balance estadístico de 2.000 años de enfrentamientos y asesinatos (cometidos o consentidos); a desterrar odios, hambre, guerras y terrorismos. Tal vez nos lea la cartilla uno a uno, cientos a cientos.

Pero yo sigo viéndolo en los ojos pleamar de mi hijo que miran a su infinito en otra realidad virtual distinta a la mía, en otro mundo, probablemente más humano y menos competitivo.

Jesús es su otro amigo, aquel al que azotaban los romanos mientras arrastraba una cruz a las espaldas, me decía.
Y no entendía que hubiera alguien que le lastimara y golpeara sin motivo. Para él no existía un motivo, sencillamente las cosas ocurrían.

Mi hijo no es Jesús… ¡creo!”

Mira por donde, en este pregón de la Semana Santa de Guarromán, del que eludiré las citas a pie de página, pues todo pretendí que fuera cosecha propia, he huido intencionadamente de evocar personajes y pasajes que recuerdan la prolífera historia de la Ciudad de Guarromán. He pasado por alto nombrar al Intendente Pablo de Olavide, he omitido una referencia a la anécdota de Turubi, he soslayado al tramposo asentista bávaro Johan Kaspar de Thürriegel y a su no menos pícara esposa. Habréis notado que se ha omitido adrede lo de martillear de continuo los vocablos “Nuevas Poblaciones, Colonos, Nuevas Poblaciones” que define vuestros comienzos. No se habla de las estribaciones de Sierra Morena, de su pasado minero, ni del río Guadiel que lo vertebra. Que ignoro, a ciencia cierta, los pasteles de González Ferrer, el polígono de Guadiel, los núcleos de Martín Malo, de Aldea de los Ríos, de la Mesa y de la Aldea de Zocueca, sobre la que al final volveremos.

Muchos se preguntarán, no es de extrañar, pues hasta yo mismo me lo pregunto, cómo es que el pregonero se salta hablar de nuestros primeros colonos, de los antiguos bandoleros que habitaron estos parajes, o, al tratarse de la Semana Santa obviar la costumbre de las pipirranas y los Pintahuevos. Delito mayor sería aún no relatar, ni tan siquiera de pasada, nuestra Romería de San Isidro, o la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, patrón de la villa. O el festivo día de “La Pura”, la Inmaculada Concepción, patrona de Guarromán, y que procesionan las mujeres solteras de la localidad todos los 8 de diciembre. Muchos se lo preguntarán y, ya digo, hasta yo mismo me lo cuestiono, ¿cómo es que omite alusiones a nuestra cultura y a nuestras fiestas? ¿Será porque otros pregoneros ya las narraron anteriormente, con profusión de detalles, citas y referencias?, o tal vez porque las páginas de su Cronista Oficial, don José María Suárez Gallego, están tan cuidadosamente ilustradas que nos da, lo confieso, un tanto de vergüenza torera el bañarnos en dichas aguas, propiedad del audaz investigador local. Sea lo que fuera, pensara lo que pensase el auditorio, otros vendrán que a buen seguro mejor lo ilustrarán, pues doctores tiene la iglesia de la historiografía… terreno en el que me cuesta sobreesfuerzo deambular y en el que suelo pisar con frecuencia arenas movedizas.

Pero también hubo quien leyó estos párrafos anteriores y me comentó que sin quererlo y sin desearlo, en ellos se mencionaban, aunque de pasada, la mayor parte de los episodios e historias que ocurrieron en este pueblo, o al menos las más destacadas, que no todas.

Lo cierto y verdad es que, a pesar del terror que pudiera tener en un principio a la responsabilidad de pregonar en Guarromán la Semana Santa del 2010, el miedo a los ojos críticos de los compañeros y de los amigos, y el respeto que me produce la celebración de la Pascua y de la Semana Santa, a estas alturas del pregón considero que se ha culminado tal encargo. Con mayor o menor éxito, más proclive a la literatura que al ensayo histórico, más fresco, más abigarrado, más juicioso o alocado, como ustedes gusten, pero en cualquier caso, alcanzado el objetivo de intentar pregonar entreteniendo, pues al fin y al cabo es una de las funciones que nos imponemos en este estrado, tal vez la otra sea la de ilustraros.


No obstante, para cerrar este documento, con vuestro permiso, y dado que Bailén, de donde provengo, y Guarromán, donde me tengo, comparten cada año, el último fin de semana de septiembre, la tradicional Romería de la Virgen de Zocueca, en vuestro término municipal, pero en nuestro ideario de emociones, me vais a permitir que grite ante todos ustedes un sonoro ¡VIVA LA VIRGEN DE ZOCUECA!, y por supuesto un ¡VIVA GUARROMÁN!.


Muchas gracias.
Manolo Ozáez, marzo de 2.010

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