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lunes, 7 de septiembre de 2009

STIEG LARSSON


Yo, como cualquier ser humano de este planeta. he de reconocerlo, también me he enganchado a la saga de Millennium, esa serie de tres novelas que nadie dudaba acabaría saltando a la gran pantalla, como así fue, y como ocurrió con otras grandes novelas de acción del pasado y del presente, y hablo de El Señor de los Anillos, Harry Potter, El Padrino, El Capitán Alatriste, y ahora Millemmium. Hace apenas quince días acabé -se dice acabé como si nos lo hubiéramos merendado, curioso- con Los Hombres que no amaban a las mujeres, que como ustedes saben es el primer libro de la serie. Ayer sábado por la mañana concluí La Chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, y ya estoy desesperado a la espera de que mi cuñada Mary Jose, la del gimnasio AÇUA GYM, me pase la tercera parte, pues el final del segundo tomo me deja, como a todos, a dos luces, encendido, ansioso.
He de reconocer que yo, como cualquier ser humano de este planeta, que lea con frecuencia, me acerco a la literatura para divertirme, y no tanto para flagelarme. Por descontado que, incluso sin pretenderlo, te instruyes un huevo y parte del otro, pero cada día mas, tal vez sea por la edad, persigo el objetivo de disfrutar con la lectura, relajarme con las historias que allí transcurren, sentir las ansias, la pasión, el miedo, el goce de los personajes que intervienen en la novela, pero desde la tranquilidad que nos da la tribuna, y en casos excepcionales el burladero: próximos pero no dentro.
En su momento, como cualquier ser humano de este planeta al que pertenezco por nacimiento y adopción, me enganché con El Código Da Vinci, ¿qué hago?, tú, ¿qué hubieras hecho en mi lugar? Estaba en la piscina del hotel, en Marbella, de vacaciones, con los niños corriendo de aquí para allá. María empezaba a nadar y la piscina pequeña apenas le cubría. Gema llevaba al menos dos años suelta. Nico, ni te cuento. No había riesgo. Habíamos contratado el todo incluido, aunque he de reconocer que lo más que me tomaba cada día, al margen de las habituales comidas, era un café a la tarde, una coca-cola sobre las seis -tal vez dos-, y por la noche un café y un cubata. Lo cierto y verdad es que les salía barato al hotel. Otros había, que haylos, que de forma desmesurada se cascaban de siete a ocho cubatas, etc.etc. Que ojo, a mí me parece muy bien. Sencillamente que yo no podía, me sentía cargado. Y me encontraba devacaciones, no de marcha cubatera, la verdad.
¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar en esa situación? Lógico. leer El Código Da Vinci, en plan tirao en la hamaca de la piscina del hotel en la Urbanización Marbesa. Y sobre la arena de la playa pues igual de igual. Te hablo del año 2004 o 2005, cuando salió el best seller, no ahora. Igual me ha ocurrido con Millennium. ¿Has probado a inyectarte un libro de 7oo y pico páginas, directamente por la vena del cerebro, en apenas tres, cuatro o cinco días hábiles que duran las vacaciones? Deberías probarlo, pues no deja de ser curioso que el sol se achicharra solamente por un lado, dejándote además una marca en forma de libro a la altura del pecho, de pezón a pezón. Si fueras mujer es probable que la marca te traumatizara, pero tratándose de hombres como que no es lo mismo. De ahí que las mujeres suelan leer con las espaldas hacia arriba y el libro en la parte de abajo, en posición letal para los juegos de guerra.
Como cualquier mortal de este planeta, por razón de la edad que vamos cumpliendo, la debilidad de la carne -achicharrada o al gusto-, he de confesarte que yo también he sucumbido a la saga de Millennium, y no sé cómo desengacharme. Por favor, de ahí mi ruego, si conoces alguna clínica de desintoxicación del síndrome de Stieg Larsson, me facilites, nos facilites a todos los datos, pues es difícil arrastrar con esa cruz que algunos llaman la mala literatura, y a mi, y a otros millones de humanoides de este planeta, nos tiene enganchados, a la espera de un cuarto capítulo que alguien descubra que escribió pero no se atrevió a entregarlo a la editorial, así como la segunda y tercera película, made in Suecia que nos quieran meter por los ojos y que nosotros seguro visionaremos, salvo que estemos curados del síndrome de Stieg Larsson y sus consecuencias, que diría José Ortega y Gasset si viviera en este planeta de seres tan poco inteligentes y escasamente originales.

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