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domingo, 30 de agosto de 2009

RECREACIÓN DE HUÉSCAR. EL PERIPLO DE LA AMISTAD


En el mes de julio pasado, cuando se nos acercaron aquellos dos desconocidos en la Casa de la Cultura de Bailén, en el acto de entrega a la Asociación Reding, de la Medalla del Bicentenario, no podía imaginar que transcurrido un mes pudiera glosar un artículo ensalzando la figura, siempre discutible, de la amistad.
Venían de Huéscar, un lugar para mi recóndito y remoto junto a la Sierra de La Sagra, donde se encuentra el pico, de igual nombre, de mayor altura de la cordillera Subbética, con 2.382 metros, en la provincia de Granada y límite con Albacete, Jaén, en las proximidades de Santiago de la Espada, y con Murcia. Uno de ellos, Manuel García Domínguez, era concejal en dicho Ayuntamiento, primer teniente alcalde, y, como más tardé constaté, significaba la llave de la gobernabilidad en esa localidad de apenas ocho mil habitantes. Pertenecía al Partido Andalucista y deshacía el empate técnico entre el P.P. y el P.S.O.E. locales. Al final y a la postre, tras arduas negociaciones -de todo esto me enteré con posterioridad preguntando por aquí y por allá, y del mismo Manuel-, pactó con los socialistas. Lo que por otra parte a mí siempre me ha parecido lógico si, como dicen ellos mismos, se consideran un grupo de corte progresista y de centro izquierdas. Aunque no sé porqué os cuento esto, pues no viene al caso en nuestra historia. Quizás pudiera ser útil para situar al personaje, o en plural a los personajes de ella.
Mientras sosteníamos unas cervezas en el interior del bar la “Ñ”, nos plantearon su interés en organizar una Recreación Histórica en Huéscar para el día 22 de agosto con motivo del Bicentenario de la Declaración de Guerra que suscribieron contra el reino de Dinamarca en el año 1.809. Imaginaros el año, imaginaros lo que ocurría en Europa en ese período, pensad en quien gobernaba entonces la Francia revolucionaria, y añadirle la pimienta de que un año antes éramos aliados de los franceses, hasta el aciago Mayo de 1.808 madrileño. Únicamente os ilustraré en el sentido de que el Marqués de la Romana, al mando de unos 13.000 soldados españoles, se encontraba destacado en Dinamarca bajo bandera francesa por mor del pacto de Fontainebleau. Lo demás, que podéis conocer visitando la página web del Ayuntamiento de Huéscar, o desempolvando los viejos libros de historia de vuestra biblioteca, lo tendréis que descubrir vosotros, pues solamente nos sirve en esta novela para justificar nuestra participación en esa fiesta-recreación del pueblo granadino.

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El otro personaje en cuestión es Santos, Santillos como algunos le llaman en Huéscar, un impresor de la localidad, amigo del concejal, y partícipe de la idea y del ambicioso proyecto. Lo cierto es que las palabras y el ímpetu de ambos nos ilusionaron, comprometiéndonos a visitarles al día siguiente in situ en el lugar de los hechos. Manda cojones donde estaba el pueblo. A más de 150 kilómetros por una sinuosa carretera que incluía pueblos como Úbeda, Jódar, Huesa, Hinojares, Pozo Alcón, Cebas, Las Cañadas, Castrill, Fátima y Puente Duda. Por cierto, cuando alcanzamos Fátima alguno pensó, por la lejanía y por lo desconocido del recorrido, por el cual nunca habíamos transitado en nuestras vidas, que alejándonos por equívoco de la ruta, habíamos aparecido en el conocido pueblo de Portugal donde la Virgen se les apareció a unos niños pastores. Decidimos fotografiarnos junto al cartel de salida de la población para inmortalizar lo que podría ser una aducción de seres extraordinarios en la Tierra.
Antes, en nuestro vagar por las estepas del nordeste de Jaén, descubrimos a lo lejos el embalse de Doña Aldonza, o el mismo embalse de la Bolera en la A-326, donde fue obligado efectuar una parada sustraídos por la belleza del entorno. Siguiendo la ruta descubrimos el embalse del río Castrill, próximo a la localidad del mismo nombre. Al norte, en la lejanía, nos queda El Tranco, al Sur la enormidad del Negratín.
Entre las poblaciones de la Puebla de Don Fadrique y de Galera se ubica Huéscar, la Ciudad de la Paz, por el acontecimiento histórico que mantuvo enfrentados, sin sangre, sin lucha, y sin que ambas partes lo supieran, a la población oscense con el reino de Dinamarca, por el bando que el 11 de noviembre de 1.809, el Ayuntamiento de Huéscar, a petición de los partidarios de Felipe VII, El Deseado y más tarde odiado rey borbón, proclamaron desde el balcón del Consistorio Municipal. El 11 de noviembre de 1.981, después de 172 empolvados años, se firmó con el reino de Dinamarca la paz a una contienda noble y sin derramamientos de sangre, pero olvidada, con asistencia del propio embajador en España de Dinamarca. Desde entonces se le llama a Huéscar “el pueblo de la paz”, habiendo sido reconocido por la Unión Europea con variadas distinciones en ese sentido.
Desde nuestra llegada a la población, Troyano, Rafael Serrano y yo mismo nos sentimos envueltos en una atmósfera de sosiego y tranquilidad, como si el tiempo, en un caluroso día de julio, se hubiera detenido a reposar del estío, refugiándose entre las sombras de sus majestuosos monumentos. Tras un viaje de más de dos horas, con parada para tomar café en Huesa, nuestros cuerpos y nuestra mente pedían disfrutar del destino. Nos maravilló la estructura uniforme de la plaza del Ayuntamiento, con un señorial Palacio Municipal que se dignaron mostrarnos. En una parte de la plaza descubrimos una casa de excelentes proporciones, de estilo modernista, que nos sugirió la mano de Gaudí. Nos explicaron nuestros cicerones que se trataba de la Casa de los Penalba; la Colegiata de Santa María La Mayor, del siglo XVI, semejante a una catedral, y probablemente concebida como tal.
Tras más de cuatro horas en la villa nos despedimos de nuestros amigos y partimos rumbo a Bailén por la Autovía de Murcia en dirección a Baza, Guadix y tomando la desviación de Darro, dejando a un lado Granada y donde dimos buena cuenta de un bocadillo de lomo con pimientos fritos; Iznalloz y Campillo de Arenas. Sobrepasamos el cruce de Cambil, pueblo de mis antepasados, donde nació mi padre. Más tarde rozamos por la autovía la ciudad de Jaén, Mengíbar y Bailén, arribando en torno a las 3 de la madrugada.
A partir de dicho día fueron continuos los contactos telefónicos y por correo electrónico entre Santos, Manuel García y Begoña, técnico en el Ayuntamiento de Huéscar, para conseguir culminar con éxito los actos del Bicentenario de la Declaración de Guerra a Dinamarca, incluida una nueva visita del concejal y de dos responsables de asociaciones culturales de la villa granadina, comprometidos a que los ciudadanos oscenses participaran en las fiestas ataviados con ropa de principios del siglo XIX. Nuestra mayor sorpresa, principalmente, cuando llegamos el sábado 22 de agosto a la localidad, fue la alta participación de elementos populares, tanto en el desfile de las culturas como en la escaramuza que recreamos. Fusilamientos de la población civil por parte de las tropas napoleónicas, donde estaba encuadrado el ejército danés. Ataques y contraataques, simulando los distintos acontecimientos que, a buen seguro, ocurrieron en aquella época entre la nación española y las fuerzas invasoras del por entonces emperador Napoleón.
Luis de la Carrasca, el cantaor flamenco natural de Huéscar tuvo el honor de efectuar un disparo de la artillería española ubicada junto a la Iglesia de Santiago, al igual que una voluntaria española, que hizo las veces de Agustina de Aragón. Saltaron algunos cristales de las viviendas colindantes a la patrulla francesa, con leves movimientos de sus estructuras, incluidos tejados. El propio teniente alcalde Manuel García Domínguez puso mecha a un disparo de la artillería danesa. El capitán danés Troyano, con sus reducidas fuerzas, mantuvo a raya a los alterados guerrilleros/as y bandoleros/as, entre los que se encontraba el bandido José de Almansa y Moslada, y el palleter valenciano.
Al mediodía nos topamos de bruces con el periodista televisivo Manolo Jiménez, al que le une un vehículo de amor con Huéscar -investigar, como hicimos nosotros en su biografía, no seáis vagos-, que nos obsequió con su amistad y nos ilustró sobre el nuevo libro que tiene entregado a la editorial sobre investigaciones policiales. Os recuerdo que Manuel es comisario de la policía nacional, de la que fue portavoz durante bastantes años.
Otro amigo que allí hicimos fue un periodista de Canal Sur, antes del periódico Ideal, premiado un día antes por su contribución al estudio del Bicentenario, del que aún ando buscando la tarjeta personal que me entregó para contactar con él, quien en todo momento nos abrió su corazón y su amistad. A través del común amigo Andrés Cárdenas Muñoz, nos hemos comprometido a mantener el oportuno contacto.
Para nuestra sorpresa, agradable por cierto, nos ofrecieron a un grupo reducido que arribamos a la ciudad antes que el resto de la expedición, un alojamiento rural en las Cuevas de Fuencaliente.



Tras acomodarnos en la cueva, que ofrece todo tipo de comodidades, incluida televisión, nos desplazamos hasta la poza de Fuencaliente, distante apenas un kilómetro, a almorzar, regalándonos un baño en sus frías y estimulantes aguas naturales. A falta de bañador, que olvidamos, tuvimos que bañarnos en calzoncillos, que simulaban trajes de baño.

Tras una copiosa comida de platos de la zona, retornamos a la cueva, nos vestimos con nuestros trajes de la artillería real de 1.808, de los Tercios de Texas, del Regimiento de Suizos número 3 de Reding, y acto seguido, como avanzadilla, fuimos a encontrarnos con el resto de las tropas procedentes de Bailén que viajaban a lomos de las diligencias de la época. Tras un calvario con la benemérita por el asunto de los permisos, guías de armas y pólvora, y resuelto el problema -que en realidad nunca lo fue- se inició el Desfile de las Culturas, en el que marcharon una comparsa de vikingos simbolizando la imagen que de los daneses tiene el acervo oscense, autoridades, entre las que se contaba nuestro colaborador Eufrasio Pérez Navío recreando al gobernador de Nuevo México, Rodríguez Cubero, escoltado por el joven cadete del Tercio de Texas Nico Ozáez.




Una legión de romanos y vestales romanas, procedentes de Cartagena de Murcia y otra de cartaginenses, además de los cruzados de Caravaca. Un grupo de ecuatorianos ondeando la bandera de su país y una nutrida representación de personajes de la época napoleónica con trajes populares, que desfilaban intercalados entre las tropas francesas/danesas y las fuerzas españolas, ambas con un cañón de artillería de 8 y 7,5 milímetros de boca de disparo.


Más de veinte mil personas congregadas durante el desfile, incluida la plaza del Ayuntamiento, que se encontraba totalmente abarrotada de público y que aplaudían al paso de las distintas delegaciones. Toda una fiesta para los sentidos.
Luego la lectura de la Declaración de Guerra desde el balcón consistorial a cargo de nuestro amigo Manuel García, ataviado con traje de la época y redecilla para el cabello, vivas y gritos a favor de la nación española y un disparo al aire del patriota bandolero José de Almansa. Y las tropas se replegaron hacia sus acuartelamientos, iniciando una contienda que enfrentaba al Regimiento La Reina de Bailén, mandada por el teniente Paco Linares, apoyado por el Regimiento Jaén y la artillería de Reding al mando del teniente Ozáez y el sargento Faustino Soriano,






contra el ejército imperial en el que formaba tanto la artillería del capitán Troyano como el Regimiento mercenario Suizo de Reding nº 3 a cargo del capitán John Valera. A ellos se le opuso en un principio el valeroso populacho, representando la oposición del pueblo español a la ocupación francesa y de sus aliados europeos.
Repliegue hasta el Ayuntamiento y lectura del Manifiesto por la Paz que firmaban las delegaciones oscenses –España- y el representante de Dinamarca. Ante la atónita mirada de los legionarios romanos y cartaginenses, se procedió a la imposición de la medalla de Huéscar a las tropas participantes en la escaramuza, incluido el populacho de época, así como placas y diplomas a todos los grupos participantes, sin excepción. Los soldados de Bailén entregaron las medallas del Bicentenario de la Batalla de Bailén a la Corporación de Huéscar, y otros presentes al representante de Dinamarca y al teniente de alcalde Manuel García por su colaboración y actitud para con los grupos bailenenses.




Finalizado el acto se cenó a rancho en un cercano restaurante, donde departimos como auténticos amigos todos los participantes, entremezclados los uniformes y las épocas, las nacionalidades y los sentimientos.



Al final, las tropas de Bailén marcharon hacia sus diligencias y el resto, en multitud, procesionaron hasta la cercana verbena popular donde varias orquestas amenizaron la velada entre copa y copa, entre abrazos y palabras susurradas. Las tarjetas y los móviles se intercambiaban entre la gente del lugar y los visitantes, quedando todos en que muy pronto volveríamos a reencontrarnos, bien en Huéscar, bien en Bailén o en Cartagena, para continuar aquella conversación que dejamos inacabada entre las canciones de Pink Floyd y de Maná.



Por Manolo Ozáez. Agosto de 2009.

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