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martes, 30 de junio de 2009

EL DIA DESPUES DE MICHAEL JACKSON

Me desperezaba en el Hotel Trip Macarena de Sevilla la mañana del viernes con la trágica muerte de Michael Jackson, de 50 años, un ídolo viviente por la extensa lista de éxitos musicales en los años 80 y 90. Ya en los 70 era famoso a través de los Jackson Five, el mítico grupo de hermanos que él, el menor, comandaba. Más tarde saltó a la palestra Jane, la hermana pequeña de la saga.
El compositor y cantante con más discos vendidos. Junto con los Beatles, uno de los que más números 1 ha logrado en las listas americanas y de todo el mundo. Admirado por tres cuartas partes del orbe y denostado por el otro cuarto por cuestiones ajenas a su calidad artística, caída en desgracia en los últimos tiempos, que le había llevado a la ruina económica, como si la fuente de la que manaba la originalidad rítmica se hubiera secado.
¿Quién se ha resistido a bailar sus canciones, a tararear en un chapucero inglés sus letras? ¿Quién puede negar el impacto social que producía en aquellas ciudades y países que visitaba? con independencia de sus numerosas manías y excentricidades, que no voy a relatar por ser de sobra conocidas de todos y en honor a su memoria.
A todos un poco, desde los 20 hasta los 50 años se nos ha roto un poco el alma con esa extemporánea pérdida tan temprana, que lo único que ha conseguido es convertirlo en más mito de lo que ya era. No obstante hay que morir joven para que la historia te recuerde como algo grande, inmenso, insustituible, irrecuperable. Una de las frases más escuchadas estos días en los noticiarios ha sido la de "el hombre de color que se convirtió en blanco". Las razones, nadie se ha parado a averiguarlas, o al menos no han trascendido.
Pero a nadie se le olvida su baile, imitado hasta la saciedad, sus poses, sus movimientos, sus atuendos, su imagen, icono de una época y de una oleada de gentes. Todos hemos muerto un tanto con Michael, pues no dejaba de ser, cada equis tiempo, una referencia de nuestra propia vida. No voy a analizar su música, sus éxitos, los títulos de sus álbumes y canciones, pues las grandes multinacionales ya se encargarán de recopilarlos y lanzarlos al devorador mercado consumista, y del que, por supuesto, él no se beneficiará en lo económico. Tal vez no tapen las abundantes deudas que dejó porque serán otros los que lo administren, pero a buen seguro lo volveremos a ver sobre un escenario improvisándonos un estudiado baile de encantador mimo que hará que nuestros corazones heridos vuelvan a latir aceleradamente, como de costumbre, pero hoy solo nos cabe recordar que un poco sí que hemos muerto todos con Michael Jackson. Descanse en paz, que menos.

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